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EL GALPÓN

EL GALPÓN  Mi esposa falleció el invierno pasado. Fue el puto cáncer. El de pulmón. Y si les digo que ella probó nada más que diez cigarrillos en toda su vida, les estoy mintiendo. Jamás fumó. Ni uno solo. Jamás. Pero el cáncer no hace distinciones. Todo el mundo sabe eso. Tenía dos años menos que yo, 68, cinco de los cuales se los pasó luchando enfurecidamente contra la enfermedad. De más está decir que perdió la batalla, pero lo que sí quiero decir es que me llenó a mí de un orgullo enorme el verla pelear así. “No te quedes triste cuando me vaya, Antonio”, me dijo una noche mientras cenábamos. Y cumplí con su pedido. No estoy triste, no quedé triste; más bien es un montón de vacío lo que en realidad siento. Y la echo de menos desde que me levanto hasta que me acuesto. Y a decir verdad, también la extraño en sueños.  A mi esposa nunca le gustó el galpón del fondo. Decía que era un intento estúpido de mi parte para juntar las cosas y porquerías que se compran de viejos. Ah, cl...

JULIA

JULIA  1 En la noche previa al amanecer —esa franja espesa donde la oscuridad insiste en quedarse un poco más— Julia avanzaba apurada por la vereda de la Avenida San Martín. La ciudad dormía, sostenida por un silencio frío que no era silencio del todo: autos sueltos cruzando como sombras, el ulular remoto de una ambulancia, el murmullo constante de una urbe que nunca termina de exhalar. El aire le cortaba la cara como papel húmedo, y los guantes ya no alcanzaban para engañar al frío. Caminaba demasiado rápido para el cansancio que venía arrastrando. Llegaba tarde. Otra vez.  En dos meses había faltado tres días completos y llegado tarde treinta veces. Treinta sobre sesenta. Un número obsceno para alguien que hasta hacía nada era ejemplo de puntualidad. Recursos Humanos la había citado tres veces; ese departamento de sonrisas pastel que maquillaba advertencias con tonos suaves le había mandado un correo que parecía un abrazo, pero no lo era. Pero nada de eso era el verdadero pr...

LA CASA

LA CASA 1 Mi abuelo nació en 1900, en Italia. La vieja y sucia Italia del siglo XX, cuyos emigrantes luego vinieron a buscar un lugar para ellos en América. Mi abuelo llegó en 1921, en un gran barco repleto de individuos que, como él, escapaban de la espantosa guerra.  Lo que quiero contar es lo que sucedió cuando él se casó con mi abuela, también de origen italiano y que, como descubrieron ellos mismos para su sorpresa, habían venido en el mismo barco.  Yo nací en 1958. Mi abuelo había puesto un pequeño pero hermoso restaurante en el centro de la villa donde se había instalado a vivir. Él y mi abuela manejaban prácticamente solos el negocio, que alcanzaba para mantener a las dos numerosas familias. Mi abuelo se encargaba de la caja y de llevar los números, y mi abuela cocinaba. Y atendía las mesas —pocas mesas, unas cuatro o cinco,  no lo recuerdo con precisión ahora— una muchacha joven, de unos 25 años, según la trae mi memoria a este momento. La comida era excelente. D...

MI SOMBRA

MI SOMBRA  A veces pienso que el pueblo no existe, que es apenas un reflejo obstinado en mi memoria. Anoche, al doblar por la calle de tierra, vi mi propia sombra adelantarse, como si supiera algo que yo aún ignoraba. El viento movió las hojas con una precisión casi litúrgica. Entonces comprendí: cada recuerdo engendra un mundo, y cada mundo inventado insiste en volver a mí, reclamando su lugar y su identidad. Seguí caminando detrás de mi sombra, sin discutir. Después de todo, quizá ella sea la única que recuerda quién fui.

EL ARROYO NEGRO

EL ARROYO NEGRO En el pueblo siempre se dijo que el Arroyo Negro tiene memoria. No una memoria sabia ni poética, como la que a veces se le atribuye al mar en los libros de la capital, sino una memoria trabada, insistente, llena de repeticiones. Una especie de eco viejo que no termina nunca de apagarse y que, en vez de perderse en la distancia, vuelve siempre al punto donde empezó. Y uno aprende a convivir con eso como convive con los perros callejeros que merodean la plaza buscando sombra, con las veredas rotas, con la tierra que el viento levanta desde campos que parecen no tener dueño. En El Esteban todo regresa. Lo bueno, lo malo, lo que se quiso olvidar. A nuestro pueblo le decimos simplemente El Esteban, aunque en los papeles figure como San Esteban del Sur, nombre demasiado largo y orgulloso para un caserío que vive más de recuerdos que de gente. Es pequeño, polvoriento, atravesado por tres calles asfaltadas que se quiebran apenas entran a la zona vieja. En invierno parece un esq...