20240601

Lázarus

 Yo vivía. Yo vivía en mi casa con mis hermanas Marta y María y éramos todo lo felices que se puede ser. Disfrutábamos de una holgada situación económica y no nos faltaba nunca nada. Nuestros amigos y familiares siempre estaban de visita porque les apetecía venir a nuestra casa y pasar un buen rato. Y yo vivía.

Por las noches, antes de la cena, decíamos nuestras oraciones con esmerada fé y Dios nos era siempre favorable. Habían casi siempre músicos en nuestra sala que ejecutaban hermosas canciones y cantos felices, porque éramos felices y respetábamos la ley y no cometíamos pecado alguno. Y yo vivía.

Hasta que un día la negra muerte puso fin a mi enfermo cuerpo y también a mi vida. Sí, morí. Y me depositaron en el sepulcro entre gritos y llantos desgarradores por parte de mis familiares y amigos. Y ya no vivía.

Pero mis hermanas fueron a buscar al Maestro, diciéndole: si hubieras estado aquí mi hermano, tu querido amigo, no habría muerto. Y Jesús lloró, y vino y me sacó del sepulcro luego de ya cuatro días de estar muerto, y todos se asombraron y se asustaron de sobremanera por el milagro. Y yo vivía.

Pero, por las noches, cuando estoy en mi lecho, orando a Dios, sin ninguna razón en particular más que por temor, pienso que yo quería morir y no ver todo esto.

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