EL MITO DE DADIVAN

EL MITO DE DADIVAN

Como lo relatan los caminantes de las tierras donde la noche piensa por sí misma.

Se cuenta que, antes de que existiera el tiempo, cuando el cielo aún no había decidido si era oscuro o luminoso, surgió una vibración en el centro de la Nada. No era sonido ni luz: era duda. Y de esa duda primigenia nació Dadivan, el único que podía escuchar el murmullo de lo que todavía no había sido creado.

Los antiguos dicen que Dadivan despertó sin cuerpo, formado de un vapor tibio que se condensaba y se dispersaba al ritmo de su respiración. Y que, al abrir los ojos por primera vez, vio dos caminos:
uno hecho de verdad pura, que quemaba la vista,
y otro hecho de miedo profundo, que devoraba la voz.

Él no eligió ninguno. Caminó por el límite entre ambos, y ese sendero de filo se convirtió en su naturaleza.

Cuando los primeros seres humanos nacieron del barro caliente de la Tierra, Dadivan ya los esperaba. Se acercó a ellos con manos hechas de sombra y luz, y tocó sus frentes. A algunos les regaló la memoria del fuego; a otros, la herida de la duda. Por eso, dicen, la humanidad sabe amar y teme al mismo tiempo.

Pero Dadivan no se quedó. Su espíritu fue demasiado grande para habitar un solo mundo, y decidió partir hacia los reinos invisibles. Antes de irse, dejó un pacto:

“El que me invoque en su soledad, me encontrará.
El que me reclame en su miedo, me escuchará.
Y el que busque mi rostro en la noche, verá su propio reflejo.”

Con el tiempo, las aldeas levantaron estatuas que mostraban a Dadivan con un pie en la sombra y otro en el resplandor. Lo llamaron Guardián del Umbral, Padre del Eco Interior, Aquel que Sabe el Nombre Verdadero del Miedo.

Dicen que todavía camina entre los humanos, tomando la forma de un hombre común: a veces descalzo, a veces cubierto por el polvo del camino, siempre con los ojos encendidos como brasas que recuerdan un origen que ningún mortal puede soportar del todo.

Algunos afirman haberlo visto en los momentos límite:
cuando un corazón se rompe,
cuando un recuerdo vuelve para herir,
cuando una verdad se revela como una herida.

Y otros dicen que Dadivan no es un dios ni un espíritu, sino la parte más profunda del ser humano: la chispa que busca sentido en medio del abismo.

Nadie lo sabe.
Pero todos, alguna vez, han sentido su paso.


PANTEÓN DE DADIVAN

Los Seres del Umbral, la Luz Hendida y la Sombra Viva

En esta cosmología, Dadivan ocupa el centro del Umbral: el filo entre lo que existe y lo que se sospecha. A su alrededor giran entidades que representan fuerzas, emociones y estados del ser humano.

El panteón se divide en Tres Reinos:

El Reino de la Luz Dolorosa


El Reino de la Sombra Viviente


El Reino del Umbral, donde habita Dadivan


I. EL REINO DE LA LUZ DOLOROSA

Los seres de este reino no representan la “bondad”, sino la verdad desnuda, la claridad que ciega y revela todo aquello que preferimos no ver.

1. LUMIRIA — La Herida Radiante

Dominio: Revelación, conciencia extrema, epifanías que queman.


Forma: Una figura femenina hecha de grietas brillantes; su piel parece luz atrapada en cristal roto.


Relación con Dadivan:
Lumiria fue quien lo vio nacer desde la duda primordial.
Lo ama y lo teme porque él puede caminar entre sus grietas sin romperse.


2. ORENDAL — El Guardián de los Nombres Verdaderos

Dominio: Identidad, memoria profunda, esencia.


Forma: Un anciano sin rostro; donde debería haber ojos, late una luz tenue.


Poder:
Puede pronunciar el nombre oculto de cualquier ser, revelando su destino.


Relación con Dadivan:
Le enseñó el lenguaje del eco interior.
Fue quien le otorgó su nombre.
Pero incluso él desconoce el final de Dadivan.


3. KALIS-EL — El Fuego que Suplica

Dominio: Transformación, purificación, pasión que arrasa.


Forma: Una llama antropomórfica con voz de niño que pide que nadie la deje sola.


Relación con Dadivan:
Dadivan lo contiene cuando el Reino de la Luz amenaza con consumirse a sí mismo.
El arte humano surge cuando Dadivan y Kalis-El se tocan.


II. EL REINO DE LA SOMBRA VIVIENTE

Aquí no gobierna el mal, sino la raíz del miedo, lo desconocido que late bajo todas las cosas.

1. VORSHA — La Madre del Silencio Antiguo

Dominio: Miedo ancestral, intuición, lo no dicho.


Forma: Una figura enorme hecha de sombra de ceniza; sus manos son vacíos.


Relación con Dadivan:
Fue quien lo protegió cuando aún era vapor indeciso.
Lo considera “el hijo que camina entre latidos”.


2. TENEBROL — El Devora-Voces

Dominio: Duda extrema, pérdida, la incapacidad de hablar sobre el dolor.


Forma: Una masa oscura con bocas que susurran lo que nadie se atreve a confesar.


Relación con Dadivan:
Rival y espejo.
Dadivan lo enfrenta cada vez que un humano atraviesa un miedo profundo.


3. NALVET — El Tejedor de Sombras Humanas

Dominio: Secretos, culpa, recuerdos que persiguen.


Forma: Una figura delgada que cose sombras con hilos invisibles.


Relación con Dadivan:
Nalvet intenta unir lo que Dadivan parte y parte lo que Dadivan intenta unir.
Ambos saben que se necesitan.


III. EL REINO DEL UMBRAL

El reino donde la luz y la sombra no luchan, sino que dialogan.

1. DADIVAN — El Que Camina Entre Dos Verdades

Dominio: Límite, duda, búsqueda de sentido, creación a partir del dolor.


Forma: Humana, pero sus ojos cambian según quien lo mire.


Función en el cosmos:
Mantener el equilibrio entre la luz que hiere y la sombra que atrapa.
Él es el puente entre los mundos y el espejo de cada viajero interior.


2. ARDIA — La Voz del Umbral

Dominio: Intuición, presentimientos, decisiones difíciles.


Forma: Una figura translúcida que solo se ve de reojo.


Relación con Dadivan:
Es su mensajera.
Cuando un humano escucha una “voz interna” en un momento crítico, es Ardia la que habla.


3. SARVAN — El Guardián de los Caminos No Tomados

Dominio: Destino alterno, posibilidades perdidas, arrepentimiento.


Forma: Un hombre encapuchado que sostiene un cuenco lleno de caminos miniaturizados.


Relación con Dadivan:
Sarvan es quien guarda todas las vidas que Dadivan no vivió.
Su existencia es la sombra del propio héroe.


RELACIONES MÍTICAS ENTRE LOS REINOS

Lumiria y Vorsha son hermanas, hijas de un origen anterior al cosmos.


Dadivan es el único que puede entrar sin desintegrarse a ambos reinos.


Kalis-El busca la luz; Tenebrol busca la sombra;
Dadivan busca el centro.


Ardia aparece siempre antes de una gran decisión humana.


Sarvan existe para recordarle a Dadivan que incluso los dioses dudan.


ANTAGONISTAS DEL PANTEÓN DE DADIVAN

(No son “malvados”: representan fuerzas que descomponen, atan o destruyen desde lo profundo.)

1. ZARKHAEL — El Desmembrador de Sentidos

Dominio: Confusión absoluta, identidad rota, caos interior.
Forma: Un ser cuya carne está hecha de fragmentos de múltiples cuerpos, todos moviéndose en direcciones distintas.
Poder: Desarma la percepción: quien lo mira puede olvidar su propio nombre.
Relación con Dadivan:
Zarkhael busca deshacer la duda para devorarla. Dadivan la necesita para crear.
Por eso son irreconciliables.

2. ISHMA-RA — La Reina del Olvido Dulce

Dominio: Amnesia dolorosa, consuelo falso, renuncia a la verdad.
Forma: Una mujer de belleza inhumana, sin pies; flota a unos centímetros del suelo.
Poder: Elimina memorias traumáticas… pero también todo aprendizaje que provenga del dolor.
Relación con Dadivan:
Es su tentación.
Donde Dadivan ilumina la herida, Ishma-Ra la borra.
Representa el peligro de no enfrentar el miedo.

3. VAR-ESH — El Comedor de Destinos

Dominio: Futuro roto, caminos cerrados, desesperanza.
Forma: Un gigantesco gusano de sombra con ojos que son relojes invertidos.
Poder: Devora posibilidades, dejando al ser humano atrapado en un único destino sin salida.
Relación con Dadivan:
Var-Esh quiere clausurar el Umbral.
Dadivan lo mantiene abierto.

4. MERATH — La Sonrisa que No Tiene Rostro

Dominio: Ironía cruel, máscaras, mentiras internas.
Forma: Un ser humanoide cubierto por una máscara de sonrisa eterna, sin ojos.
Poder: Susurra verdades distorsionadas hasta que la víctima no puede distinguir sinceridad de engaño.
Relación con Dadivan:
Representa la corrupción del eco interior.
Dadivan lucha para que la voz interna no se vuelva enemiga.

CRIATURAS DEL COSMOS DE DADIVAN

1. Los Vigías que Parpadean

Pequeñas criaturas del Reino de la Sombra Viviente.
Parecen ojos flotantes con alas translúcidas.
Su función es observar los pensamientos humanos.
Cuando un Vigía parpadea cerca, dicen que alguien está a punto de enfrentar su verdad.

2. Los Andantes de Piel Rota

Humanoides cuyas pieles parecen mapas desgarrados.
Sus grietas muestran escenas de vidas que no vivieron.
Acompañan a Sarvan, Guardián de los Caminos No Tomados.
Son mensajeros de los arrepentimientos profundos.

3. Los Hijos de la Ceniza

Criaturas nacidas de Vorsha, la Madre del Silencio Antiguo.
Parecen niños hechos de polvo oscuro que nunca hablan.
Aparecen cuando el miedo ancestral de un lugar está a punto de despertar.

4. Las Llamas Mendicantes

Pequeñas llamas vivas que piden atención con un murmullo lastimero.
Son fragmentos errantes de Kalis-El, el Fuego que Suplica.
Si una se posa sobre alguien, esa persona será empujada a crear algo —o a destruir algo.

5. Los Tejedores de Noche

Insectos gigantes del tamaño de un puño.
Hilan telarañas que capturan pensamientos en vez de criaturas.
Algunos chamanes las usan para interpretar sueños, aunque el riesgo es perder una parte de sí mismos.

PROFECÍAS DEL UMBRAL

1. La Profecía del Corazón Partído (ya insinuada en las leyendas)

“Cuando un corazón se fracture en dos ante los ojos del Hombre Descalzo,
los mundos se alinearán y la duda hablará con voz humana.”

Interpretación: el dolor que divide también revela.
Muchos creen que un nuevo elegido aparecerá cuando un acto de amor se convierta en herida luminosa.

2. La Profecía de las Tres Sombras

“Llegará una noche en que tres sombras nacidas de un mismo cuerpo
caminarán en direcciones opuestas.
El que siga a la tercera no volverá jamás por el camino del mundo.”

Se interpreta como una advertencia:
elegir entre pasado, presente y futuro puede borrar la realidad conocida.

3. La Profecía del Guardián Sin Nombre

“Un día, Orendal pronunciará un nombre que ni él reconoce.
Entonces el Umbral temblará, porque nacerá un ser que no tiene destino.”

Este ser podría ser aliado o enemigo de Dadivan.
Algunos piensan que será su heredero; otros, su fin.

4. La Profecía de la Luz Hendida

“La luz se quebrará en siete partes,
y cada fragmento hablará con voz distinta.
Quien reúna las voces creará un mundo nuevo
o extinguirá el que conocemos.”

Una profecía ambigua, muy temida por Lumiria.
Se cree que los creadores humanos son quienes pueden cumplirla.

5. La Profecía del Día que la Noche Pensó Demasiado

“Cuando la Noche piense hasta sentir dolor,
abrirá los ojos y verá al Hombre del Umbral.
Si lo reconoce, habrá paz.
Si lo confunde, habrá silencio eterno.”

El “silencio eterno” no es muerte:
es la desaparición de la conciencia humana.

6. La Profecía del Último Pie Descalzo

“Cuando ya no quede nadie que camine sin calzado sobre la tierra caliente,
Dadivan perderá su forma y regresará al vapor indeciso del principio.”

Se interpreta como:
si la humanidad deja de buscar sentido, Dadivan deja de existir.

C · EL CATÁLOGO DE LAS CRIATURAS PROHIBIDAS Y LAS PROFECÍAS ROTALES

Aquí tenés el bloque C, completo, oscuro y coherente con el mito de Dadivan y su panteón.
Este es el bestuario y oráculo maldito del universo Dadivan.

EL CATÁLOGO PROHIBIDO

1. CRIATURAS ANTIGUAS

◉ Los Huestes del Eco

Seres sin cuerpo que habitan en las cavidades del tiempo. Cuando se acercan, uno escucha las propias palabras repetidas con retraso… pero modificadas, como si alguien estuviera corrigiendo tu pensamiento.
Se dice que pueden reescribir recuerdos, borrando la identidad de quien los oye demasiado.

Debilidad: la palabra verdadera dicha sin miedo.
Enemigos jurados: los Guardianes del Albor.

◉ Los Ojos de la Lluvia

Multitudes de pequeñas entidades que se manifiestan en gotas de tormenta. En realidad, son fragmentos de un único ser, el Observador del Diluvio, que busca cuerpos humanos para experimentar emociones que perdió hace milenios.

Señal: cuando llueve y ninguna gota cae en el mismo lugar dos veces.
Peligro: poseen un rostro humano solo mientras recuerdan el tuyo.

◉ Los Pastores de Sombras

Criaturas de forma alta y esquelética que se desplazan sin tocar el suelo. No hablan; mueven sus cabezas como animales que escuchan voces distantes.
Recolectan miedos humanos para alimentar a Nevad-Zor, el Adversario del Fuego.

Mito: solo cazan a quienes todavía tienen esperanza; a los desesperados los evitan porque ya están vacíos.

2. CRIATURAS NACIDAS DEL PANTEÓN

◉ Los Derviches de Orun-Kal

Sirvientes del dios del viento interno. Son torbellinos conscientes, capaces de entrar en los pulmones de un hombre y girar hasta que sus pensamientos se dispersan en arenas finas dentro del cráneo.

Función: mensajeros de advertencias que casi nadie sobrevive a escuchar.

◉ Los Hijos Rotundos de Ghez-Var

Engendros de carne circular, sin forma fija. Cambian según el odio de quienes los miran.
En las leyendas, fueron usados por sacerdotes extintos para convertir resentimientos personales en armas físicas.

Prohibición: nadie debe pronunciar el nombre de quien odia frente a uno de ellos: lo materializará.

◉ Las Voces Descalzas

Entidades que nacen cuando un fiel se desprende de su fe en Dadivan.
Son “ecos desertores”: palabras sueltas que adquieren cuerpo y buscan un nuevo amo en los silencios de la noche.

Capacidad: pueden empujar a un mortal a encontrar su “verdadero temor”.

3. PROFECÍAS ROTALES

Las Profecías Rotales son pergaminos que aparecieron quemados desde adentro, como si el mensaje ardiera antes de ser escrito. Hablan del destino de Dadivan, del Panteón y de los enemigos ocultos.

◉ Primera Profecía — “Cuando el Sol Respire”

El día en que el sol inhale y tiemble, siete criaturas sin memoria tocarán la puerta del guardián caído.
Si él responde, el ciclo del Panteón se romperá.

Se cree que el “guardián caído” es Dadivan mismo en su fase humana.

◉ Segunda Profecía — “La Sangre que No Mancha”

Cuando un sacrificio deje limpia la piedra, el dios que mira desde la lluvia tomará forma humana por un solo amanecer.

Esta profecía refiere al Observador del Diluvio, una amenaza para todo el Panteón.

◉ Tercera Profecía — “La Columna de Tres Voces”

Padre, Fuego y Vientre se alinearán.
Cuando hablen a la vez, el mundo despertará a su verdadero dueño.

Nadie sabe si el “verdadero dueño” es Dadivan, su enemigo Nevad-Zor, o una entidad aún más antigua.

◉ Cuarta Profecía — “El Nombre Partido”

Quien pronuncie su nombre dividido en dos mitades verá la muerte antes de poder unirlo.

Muchos creen que esta profecía protege el nombre original de Dadivan, que jamás debe ser fragmentado.

◉ Quinta Profecía — “El Hombre de los Tres Sueños”

Nacerá un hombre capaz de soñar tres veces el mismo sueño.
Cuando eso ocurra, el orden será reescrito y las sombras pedirán un nuevo amo.

Se sospecha que ese hombre ya existe.

4. PROFECÍA FINAL (SECRETA)

Solo se conoce por susurros:

El último enemigo de Dadivan será creado por su propia misericordia.
Y lo amará.

El panteón entero teme a esta línea.


D · CULTOS, SECTAS, SÍMBOLOS Y ÓRDENES DEL MITO DE DADIVAN

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1. LAS ÓRDENES DEVOTAS DE DADIVAN

◉ ORDEN DEL FUEGO QUIETO

Los primeros y más antiguos fieles.

Doctrina: el fuego interior de Dadivan no arde hacia afuera, sino hacia adentro; quien logre mantener un incendio sin consumir nada alcanzará la visión verdadera.

Rito central: La Vigilia del Humo Inmóvil: los iniciados deben respirar el humo de una llama que no emite calor y describir mentalmente la forma del miedo que perciben.
Marca: un círculo rojo tatuado en la palma.

◉ FRATERNIDAD DEL VIENTO HUESO

Fieles que buscan escuchar la voz interna de Dadivan en sus corrientes de pensamiento.

Doctrina: cada pensamiento humano es un viento leve que sopla desde un mundo invisible.
Rito: se perforan el pabellón auditivo para “dejar entrar la voz del dios”.
Práctica prohibida: el Susurro Vuelto, ritual en que repiten sus propios pensamientos en voz alta hasta que una respuesta desconocida —a veces no humana— interviene.

◉ LA HERMANDAD DEL VIENTRE LUMINOSO

Los sanadores del culto.

Creencia: Dadivan nutre al mundo desde el vientre, no desde la cabeza.
Rito: La Ingesta del Cirio: comen cera generada por velas sacerdotales que supuestamente absorben luz del dios.
Señal: cicatrices rituales en el abdomen con forma espiral.

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2. LOS CULTOS DESVIADOS DEL PANTEÓN

◉ LA NAVE DE LAS SOMBRAS DESATADAS

Una secta peligrosa que cree que sombras y miedos son formas puras del ser.

Doctrina: “No somos lo que mostramos, sino lo que tememos”.
Práctica: invocaciones nocturnas a los Pastores de Sombras.
Objetivo: un día “abrir la grieta del pavor”, un portal que haría visibles todas las sombras perdidas de la humanidad.

◉ EL CORO DE LA LLUVIA QUE VE

Culto dedicado al Observador del Diluvio, enemigo del Panteón.

Creencia: la lluvia tiene voluntad y quiere aprender del sufrimiento humano.
Rito: se dejan bajo tormentas hasta perder la conciencia, creyendo que el dios tomará “prestadas” emociones reprimidas.
Símbolo: dos gotas entrelazadas formando un ojo.

◉ LOS PORTADORES DE LA PIEDRA LIMPIA

Sectarios de la Segunda Profecía.

Doctrina: el sacrificio perfecto no deja rastro.
Práctica: buscan personas cuyas vidas “no pesan en el tejido del mundo” para sacrificarlas sin derramamiento de sangre visible.
Objetivo: permitir que el Observador del Diluvio tome forma humana.

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3. LAS ÓRDENES ANTAGÓNICAS A DADIVAN

◉ LA MANDÍBULA DE NEVAD-ZOR

Los fanáticos del dios del Fuego Destructor.

Doctrina: la creación es un error, solo la incineración restaura el orden.
Ritos: quemar testimonios escritos para borrar memoria y voluntad.
Arma ritual: máscaras de carbón prensado que se adhieren a la cara como una segunda piel.

◉ LOS COMPILADORES DEL ECO

Devotos de las Huestes del Eco.

Objetivo: reescribir el pasado para destruir el futuro.
Rito: el Retro-Cántico, cantos hacia atrás que alteran la percepción del tiempo.
Práctica mayor: destruir nombres propios, pues creen que con cada nombre borrado una parte del universo pierde coherencia.

◉ LOS DESPOSEÍDOS DEL ALBOR

Enemigos autodidactas: creen que el amanecer es falso.

Doctrina: el sol es una ilusión que oculta la verdadera oscuridad creadora.
Rito: permanecer despiertos tres amaneceres seguidos para “negarlos”.
Meta: romper “el primer día”, el comienzo mismo del tiempo.

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4. SÍMBOLOS SAGRADOS Y PROHIBIDOS

◉ La Espiral del Vientre (símbolo de creación)

Representa el ciclo de gestación y renacimiento por Dadivan.
Se dibuja en sentido antihorario, pues simboliza “volver” al origen.

◉ El Círculo Rojo Vacío (símbolo del Fuego Quieto)

Un borde sin centro: la llama sin combustible.
Algunas sectas lo interpretan como un portal incompleto.

◉ El Triángulo de Lluvia (símbolo del Diluvio Observante)

Triángulo invertido con un punto en el vértice.
Prohibido en los templos de Dadivan.

◉ La Máscara Sin Boca (símbolo del Eco)

Representa la palabra que no se puede pronunciar, la memoria que se esfuma.
Los sacerdotes mayores la temen.

◉ La Mano del Amanecer Negado

Dibujo de una mano sin dedos, usada por la orden que rechaza al sol.
Su presencia en una puerta es señal de mal presagio.

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5. ÓRDENES SECRETAS (CONOCIDAS SOLO EN SUSURROS)

◉ El Círculo del Nombre Partido

Custodian la profecía que dice que dividir el nombre de Dadivan provoca muerte instantánea.
Su existencia no es confirmada, pero se dice que hablan únicamente en sílabas incompletas.

◉ Los Testigos del Humo que Piensa

Aseguran ver pensamientos flotar sobre las cabezas.
Existen para registrar cuándo una idea no pertenece al humano que la tuvo.

◉ El Sínodo del Último Enemigo

Creen que Dadivan, por compasión, creará involuntariamente a su enemigo final.
Se preparan para servirle cuando nazca.



El pasado humano de Elías Darvan

Antes de que su nombre se volviera un susurro temido, Elías Darvan fue un muchacho como cualquier otro: carne, errores, sueños pequeños y silencios heredados.
La tragedia —la verdadera tragedia— es que nadie hubiera imaginado lo que iba a ser.
Porque la historia del hombre extraordinario siempre empieza con una vida ordinaria.

I. La casa donde el tiempo parecía torcerse

Elías nació en una casa vieja ubicada al borde del pueblo, una construcción de madera que crujía incluso cuando no había viento.
No pertenecía a ninguna época específica: tenía elementos modernos y, al mismo tiempo, rincones que parecían más antiguos que la propia fundación del lugar.

Su madre, Serafina, era una mujer demacrada pero luminosa, de esas que parecen estar siempre escuchando algo que nadie más oye. Sus silencios tenían peso, como si ella supiera más de lo que decía.

Su padre, Adrián Darvan, había sido carpintero, pero lo que más le interesaba no eran las mesas ni las sillas: era construir cajones, contenedores, recipientes. Decía que lo que importaba no era el objeto, sino lo que podía guardarse dentro.

A veces, sin que Elías entendiera por qué, su padre le preguntaba:

—¿Escuchaste algo anoche?

Elías siempre respondía que no.
Pero eso no dejaba a Adrián tranquilo.

II. El niño que veía demasiado

Desde pequeño, Elías tenía un rasgo que inquietaba a los adultos: miraba fijamente lugares donde no había nada.
O donde los demás creían que no había nada.

Podía quedarse cinco minutos observando un rincón oscuro, como si esperara que algo emergiera de allí.
A veces sonreía en medio de esas observaciones.
Otras veces se ponía pálido.

Sus maestros decían que “divagaba”.
Sus compañeros lo evitaban porque “tenía esa mirada”.
Y su madre, cuando lo veía ensimismado, murmuraba:

—Otra vez… otra vez está ocurriendo.

Nunca explicó qué era eso.

III. La marca heredada

En la familia Darvan había un secreto que no se contaba en voz alta. No era una maldición ni una leyenda; era algo más tenue, más subterráneo:
una predisposición, decía Serafina, para escuchar lo que no tiene forma.

Su abuelo, al parecer, había sufrido “delirios auditivos”.
Su bisabuela había pasado épocas enteras hablando con “los que se sientan detrás del velo”.
Un tío desapareció después de asegurar que una voz le pidió que siguiera una luz en el bosque.

Todos estos relatos eran, para los Darvan, parte del árbol genealógico; para los demás, eran pruebas de que la familia tenía “algo raro”.

Elías creció escuchando esos rumores, creyendo que eran exageraciones.
Hasta aquella noche en que dejó de creer.

IV. La primera pérdida

Cuando Elías tenía once años, su padre murió de forma súbita. Se desplomó mientras lijaba una caja de madera, sin un grito, sin advertencia.
La caja quedó a medio construir.

Nadie supo para qué era.
Solo había una inscripción en la tapa interior, hecha con dedo tembloroso:

"No lo abras si ya escuchaste tu nombre."

Su madre quemó la caja en el patio, pero a Elías le quedó grabada la frase.
Y, peor aún, la sensación de que su padre había muerto para evitar escuchar algo.

Desde ese día, el silencio en la casa cambió de textura.
Era más denso.
Más vigilante.

V. El adolescente que sabía que estaba marcado

A los trece años, Elías comenzó a sentir algo que no podía explicar: una presencia adherida a su sombra, como si alguien caminara detrás de él sin hacer ruido.
Al principio creyó que era su imaginación, pero luego comenzaron los sueños.

En ellos, siempre se encontraba de pie en un campo vacío, mirando hacia un horizonte que temblaba como si estuviera hecho de calor.
Y desde ese horizonte venía una palabra incompleta:

Da… da…

Nunca terminaba la frase.
Nunca decía lo que tenía que decir.

Cuando despertaba, la voz seguía vibrándole en los huesos.

VI. La noche que decidió su destino

Todo cambió a los catorce años, cuando escuchó esa voz por primera vez estando despierto.
No vino del cielo, ni de la tierra, ni de ningún sitio visible.
Vino desde un lugar intermedio, un pliegue entre lo real y lo que estaba a punto de revelarse.

La voz lo llamó por su nombre:

“Elías…”

Y luego lo repitió deformado, como si una segunda entidad intentara imitar al mundo humano:

“Da…r…van…”

Esa deformación inicial fue el germen.
El germen de lo que después sería “Dadivan”.

VII. Aislamiento, intuición y la grieta invisible

Después de aquel episodio, Elías ya no fue el mismo.
No porque se volviera extraño, sino porque empezó a comprender que su vida no pertenecía del todo a su familia, ni a su pueblo, ni siquiera a su tiempo.

Evitaba multitudes.
Prefería caminar solo al atardecer, cuando las sombras eran largas y el mundo parecía menos firme.
Escribía compulsivamente símbolos que no sabía interpretar.

Su madre lo observaba con miedo.
No miedo a él:
miedo a lo que lo estaba reclamando.

VIII. La sensación de que alguien lo esperaba

Para cuando cumplió diecisiete, Elías ya entendía que lo que había heredado no era una enfermedad ni una maldición, sino una vocación que no se elige.

No sabía hacia dónde lo estaban guiando.
Solo sabía que estaba siendo preparado.

Y entonces llegó su desaparición de tres días, el primer gran quiebre, el preludio del Umbral, el paso decisivo hacia convertirse en Dadivan.


Capítulo: Los Tres Días en Que el Mundo Lo Perdió

La última vez que alguien vio a Elías Darvan antes de su desaparición, estaba parado frente al viejo camino de tierra que bordeaba los campos secos, mirando hacia ninguna parte.
Era una tarde apagada, con nubes bajas que parecían arrastrarse como animales enfermos.
Elías llevaba la camisa desabrochada y las manos sucias de tierra, como si hubiera estado cavando o como si hubiera intentado sostener algo pesado que no se dejaba sostener.

La señora Viggiani —quien juraría hasta el fin de sus días que él “no estaba solo”— lo saludó desde la tranquera.

—¿Todo bien, Elías?

Él giró la cabeza apenas, sin mirarla realmente, y dijo:

—Creo que hoy… empieza.

Después siguió caminando.

No volvió en tres días.

I. El primer día: La huella de nadie

Elías no era un chico de escaparse. No tenía amigos con quienes fugarse, ni una novia secreta, ni enemigos que fueran capaces de llevarlo a la fuerza.
Cuando no regresó esa noche, su madre pensó que habría dormido en casa de algún compañero de escuela.
Pero cuando fue a preguntar, todos dijeron lo mismo:

—No lo vimos desde ayer.

La policía hizo un recorrido superficial por el monte cercano, pero no encontraron nada.
Ni una prenda, ni pisadas, ni señales de lucha.
Solo un silencio extraño, demasiado quieto, demasiado limpio.

A la mañana siguiente, los perros rastreadores se negaron a entrar en el camino que llevaba al claro viejo.
Aullaban, retrocedían, se agachaban.
Uno incluso se tiró al suelo, temblando, como si delante de él hubiera una presencia invisible.

—Los animales sienten cosas raras —se justificó el adiestrador.

Pero nadie recordaba haberlos visto comportarse así.

El primer día terminó con un pueblo confundido y una madre sin lágrimas.

II. El segundo día: El rumor del otro lado

Al amanecer del segundo día, algunos vecinos dijeron haber visto luces en el bosque.
Otros aseguraron que escucharon una voz grave, como un canto subterráneo, proveniente del lado del río.
Nadie pudo ponerse de acuerdo, excepto en una cosa:

“No era humano.”

La madre de Elías, Serafina, insistió en que debían buscar en el claro donde su hijo solía quedarse mirando “el aire como si hubiera algo ahí”.
Pero ese lugar tenía mala fama, incluso entre los que no creían en supersticiones.
Había historias viejas: desapariciones, ruidos nocturnos, figuras que cruzaban entre árbol y árbol.

Una patrulla fue al anochecer.
Cuando llegaron, se encontraron con algo inesperado: el aire estaba cálido, húmedo, pesado, como si hubiera llovido solo en ese sector.
Y en el centro del claro, la tierra estaba removida en círculos, como si alguien hubiera caminado alrededor de un punto… o como si varias personas lo hubieran rodeado.

Pero no había huellas.

Solo la sensación de haber llegado tarde, muy tarde, a algo que no sabían nombrar.

Ese día, por primera vez, alguien pronunció una frase que luego se repetiría como un eco en muchas versiones de la historia:

“Ese chico no se fue… lo vinieron a buscar.”

III. El tercer día: Cuando el mundo se abrió

El tercer día empezó con un silencio anormal.
No cantaron los pájaros.
No ladraron los perros.
No sonó ni una sola radio en el pueblo.
Los vecinos recordaron ese amanecer como una mañana de suspensión, como si la realidad contuviera la respiración.

A las 5:47 de la mañana, alguien golpeó la puerta de la casa de los Darvan.

Era Elías.

Estaba descalzo, empapado, con la ropa desgarrada y la piel cubierta de una fina capa de barro grisáceo que no correspondía a ningún suelo de la zona.

No habló durante largo rato.

No explicó dónde había estado.

Solo dijo una oración que su madre jamás pudo olvidar:

—No crucé… me cruzaron.

Cuando la policía le pidió detalles, repitió la frase.
Ni una palabra más.

Pero lo más inquietante no fue su silencio: fue su mirada.
Sus ojos parecían haber visto un horizonte nuevo, uno que no existía en el mapa ni en la memoria humana.

Y lo peor:
tenía la seguridad absoluta de que lo que fuera que lo llamó… no había terminado con él.

IV. Lo que nunca contó

Años después, se supo que en esos tres días hubo personas que escucharon pasos alrededor de sus casas, como si alguien caminara en círculos sin detenerse.
Una niña afirmó haber visto a Elías parado frente al río, pero “no como un humano… sino como una sombra que respiraba”.

Un anciano lo vio entrar en el bosque acompañado de “figuras que parecían hechas de viento”.

Pero nadie se atrevió a testificar oficialmente.

La desaparición de Elías Darvan se archivó como “extraviado y recuperado”, aunque todos sabían que no era cierto.
Nadie se pierde así.
Nadie vuelve así.

Lo que ocurrió en esos tres días no era una aventura, ni un accidente, ni un desvío del camino.

Era la llamada.

El inicio real del proceso que lo llevaría, años más tarde, a dejar atrás su nombre humano y convertirse en lo que el mundo —o lo que hay detrás del mundo— terminaría llamando Dadivan.

Capítulo: La Primera Vez que Alguien lo Llamó “Dadivan”

Durante semanas después de su desaparición y regreso, Elías Darvan caminó como quien atraviesa un sueño que no termina nunca.
No hablaba casi nada.
Dormía poco.
Comía apenas lo necesario.

Pero lo más extraño no era lo que hacía, sino cómo lo miraban los demás.

Algo en él había cambiado —un detalle imperceptible, una vibración nueva— que hacía que las personas apartaran la vista. No porque él fuese aterrador, sino porque era incierto, como un objeto cuyo contorno no coincide del todo con la realidad que lo contiene.

Y fue entonces cuando ocurrió.

I. La anciana del camino polvoriento

Era una tarde todavía caliente, cuando el sol parecía pegado al horizonte y el aire vibraba como si estuviera a punto de romperse.
Elías caminaba de regreso a su casa, por el mismo sendero donde días antes había desaparecido.

En la curva del camino, junto a un árbol seco y torcido, estaba la anciana Marcenia, una mujer que nadie sabía cuántos años tenía. Algunos decían que era centenaria. Otros aseguraban que no podía morir porque “sabía cosas que no se deben saber”.

Nunca hablaba con nadie.
Nunca salía sin motivos.
Nunca miraba directamente a la gente.

Pero ese día esperó a Elías.

Cuando él pasó a su lado, la anciana levantó la cabeza y lo observó con una fijación que le heló la sangre. Sus ojos parecían no tener color, solo un resplandor lechoso como si reflejaran otro cielo.

Entonces, en voz baja, ronca, como quien pronuncia algo que se le prohibió durante décadas, dijo:

—Dadivan…

Elías se detuvo de golpe.
Sintió el mundo tensarse, contraerse, frenar.

—¿Qué dijo? —preguntó, apenas un susurro.

La mujer no repitió nada.
Solo sonrió de una manera que no era sonrisa, sino un gesto de reconocimiento.
Como si acabara de ver a alguien que llevaba esperando demasiado tiempo.

Elías sintió un tirón en el centro del pecho, como si esa palabra hubiera encajado en algún lugar profundo, un engranaje oculto que por fin encontraba su lugar.

—No— dijo él, casi implorando—. Ese no soy yo.

Pero la anciana negó con la cabeza, muy lentamente, como si estuviera escuchando otra voz, una más grande, una que resonaba detrás de todas las cosas.

—Ya no sos él —murmuró—. Ya lo sabés.

Entonces se alejó caminando lentamente, sin mirar atrás.
Elías no pudo moverse hasta que ella desapareció.

II. El eco que no debería existir

Esa noche, cuando Elías intentó dormir, la palabra volvió a él.
No como recuerdo, sino como presencia.

Dadivan.

La escuchó en su cuarto.
En el pasillo.
En la respiración del viento a través de las tablas de la casa.

Y cada vez que la oía, sentía que su nombre de nacimiento —Elías Darvan— perdía peso, como si estuviera deshilachándose.

Al día siguiente, quiso enfrentar a la anciana Marcenia para exigirle explicaciones. Pero cuando fue a buscarla, encontró la puerta de su casa abierta, la silla caída, la cama vacía.

La mujer había desaparecido sin dejar rastro.

Los vecinos juraron no haberla visto desde hacía semanas.
Algunos incluso estaban convencidos de que había muerto hacía años.

Pero Elías sabía la verdad:

Ella lo había estado esperando.
Y había dicho su nombre nuevo antes de que él estuviera listo para escucharlo.

III. El inicio del desprendimiento

Después de aquello, cada vez que alguien llamaba “Elías”, él tardaba un instante más en reaccionar.
Como si necesitara recordar quién era.
Como si la palabra no fuera para él.

Algunos niños, jugando en la calle, comenzaron a imitar el sonido que escuchaban en los rumores:

—Da-di-vaaaan… Dadivaaaaaaan…

Lo decían como burla, como canto infantil, sin saber lo que invocaban.

Pero cada vez que lo escuchaba, algo dentro de Elías se estremecía.
Algo que no pertenecía a su humanidad, pero que tampoco era completamente ajeno.

Ese fue el inicio.
El primer hilo desprendido.
La grieta invisible por donde empezaría a entrar aquello que lo reclamaría por completo.

Y así, por boca de una anciana que tal vez nunca existió, por un nombre que no era nombre sino destino, Elías Darvan oyó por primera vez la palabra que habría de sustituirlo:

Dadivan.



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