En mi versión de las cosas
En mi versión de las cosas
el invierno es un jinete
con el sombrero negro
y las botas gastadas de caminar
por encima de los nombres.
Tiene esa forma brusca de entrar
en las habitaciones cerradas,
apoyar su mano helada en la nuca
y quedarse,
como si estuviera esperando
que uno diga algo
que no existe.
La vida es una fractura no expuesta,
un golpe escondido bajo la piel
que a veces arde sin mostrar la herida.
Y la muerte es una cabaña en el bosque
de pensamientos,
un sitio inclinado,
con un techo que gotea memoria,
y un fogón
al que nadie se sienta,
pero que igual sigue encendido.
En mi versión de las cosas
un barco es mi tierra,
aunque nunca me haya subido a uno.
Mi patria es una madera que avanza
sin preguntarle al agua
si puede.
Kilómetros de agujas en fila
que nadie enhebra,
porque los hilos están cansados,
o porque no hay manos suficientes
para ese tipo de trabajo.
El mundo es un disparo en la panza,
un ruido interno que se expande,
un nudo que no termina de caer
pero que duele por anticipado;
un mito tóxico & caliente
que a veces uno deglute
sin darse cuenta
de que quema.
En mi versión de las cosas
la película va por teléfono,
se forma de ruidos,
de voces cortadas,
de silencios que suenan más fuerte
que las palabras.
La perrita gruñe ansiosa,
acostada,
como si el mundo entero
estuviera a punto de entrar por la puerta
sin tocar.
No hay correos
en la bandeja de entrada:
sólo el mismo vacío de siempre,
repitiéndose en voz baja
como un mantra sin fe.
Juro por la existencia del jaguar,
por sus ojos de brasas sin dueño,
que nunca inventé un lugar
que en mi versión de las cosas
no fuera parecido
a ladrarle a la luna ojeada,
con el hocico buscando comida
en un cielo que siempre está más alto
de lo que conviene.
En mi versión de las cosas
mi nombre es Víctor Peuser
y Dadivan es mi primo.
No sé en qué parte del árbol familiar
se metió esa rama,
pero ahí está,
torcida,
sonora,
más viva de lo previsto.
Mis hijos me quieren
y mis padres aún
viven,
como dos puntos de referencia
en un mapa que cambia
cada vez que respiro.
En mi versión de las cosas
anatomía es sólo
un enjambre de suspensión,
un conjunto de piezas dispersas
que funcionan por costumbre,
más que por sentido.
Un sustantivo diminutivo
que llevo encima
como quien carga
una palabra prestada.
Y las jaulas
son hogares:
no porque sea cierto,
sino porque a veces
no hay diferencia suficiente
para cuestionarlo.
En mi versión de las cosas
mis hermanos son ustedes,
los que están atentos
sin saber exactamente a qué,
y mis amigos son placares,
con puertas que crujen
cuando guardo algo
que preferiría no ver.
Los lentes no se me han perdido
(y eso ya es una victoria),
y el Rey Sol pasea por las escaleras
de mi imaginación,
como si fuera un funcionario cansado
haciendo una inspección rutinaria.
Las únicas estrellas que veo
ganan en lugares de la galaxia
los sueños de mi infancia,
como si todavía compitieran
por un premio que no existe
pero que igual deseo.
En mi versión de las cosas
el rostro del unicornio es el que más me gusta,
por alguna razón que nadie
me pidió explicar.
El tren de pensamientos viaja
a la velocidad de los colores,
lo cual no es muy útil
pero al menos es sincero.
La criatura más grande del mundo
es un grano de viento,
y la suma de todas las mentiras
son dedos de la Verdad Absoluta
jugando a empujarme del hombro
cada vez que creo haber entendido algo.
En mi versión de las cosas
prefiero mutar de tanto en tanto,
aunque sea para justificar
mi torpeza frente a los cambios.
Tomar un taxi para ir al baño
no es exageración,
es un modo de decir
que a veces incluso lo cercano
se convierte en un viaje.
Arrugar mis vestiduras
y arruinar mi situación financiera
viene de fábrica;
en mi versión de las cosas
el dinero se cambia por dientes y muelas,
y al final siempre falta uno.
Acaricio el lomo de una gatita
y me lleva a la cima de los árboles—
ángeles
verdes
de la literatura vegetal—
y desde arriba veo
que el mundo es más lento
de lo que parece,
pero no menos extraño.
En mi versión de las cosas
el futuro es un niño recién nacido,
flaco y desnutrido,
que será circuncidado
por los jefes de la sinagoga del pasado,
porque el tiempo insiste
en repetir los rituales viejos
aunque el cuerpo nuevo
no esté listo.
Ese niño llora sin idioma,
y sin embargo dice más
que todos nosotros.
En mi versión de las cosas
he salido de la calle
para comprar una cápsula
y vivir dentro de ella.
No sé si es grande o chica,
si está bien ventilada,
si es un refugio o un encierro.
Sé que adentro puedo oír
mi respiración,
ver cómo se mueve el aire
cuando digo mi nombre,
y entender, por un momento,
que tal vez este lugar,
sin ventanas,
sin multitudes,
sin necesidad de explicaciones,
es lo único que puedo habitar
sin pedir permiso.
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